Los argentinos venimos asistiendo hace unos cuantos años a un fenómeno que cada vez adquiere mayores magnitudes: la intolerancia social. Podemos definir a la intolerancia como la actitud de una persona o grupo que no respeta las opiniones, ideas o accciones de los demás si no coinciden con las propias. En sus encarnaciones o manifestaciones, consagran como valor superior, no a la persona con sus propias y diversas identidades, sino a la propia identidad enfrentada a la de los demás.
La Intolerancia se fundamenta en el PREJUICIO, un juicio previo que está basado en una generalización defectuosa e inflexible, un estereotipo, que puede ser sentida o expresada y puede ser dirigida al grupo como un todo o a un individuo como miembro de dicho grupo.
Este fenómeno que es mundial, se ha generalizado en nuestro país a una situación que se manifiesta en el diario vivir y se expresa en la calle.
Hay palabras que simbolizan mucho; la división que se produjo entre los argentinos, reflejo de otras tantas divisiones en la historia de nuestro país, ha sido denominada: la grieta. Producto de un liderazgo fuerte y personalista, la grieta llegó al seno de las familias, a dividir mesas de amigos, a peleas irreconciliables por no poder aceptar no sólo la opinión, sino directamente “al otro” pensando de una manera diferente. Nos mostramos divididos en parcialidades, cada una de las cuales se cree dueña de la verdad y rechaza, “por principio”, cualquier opinión que provenga de “afuera” del grupo propio. Sus integrantes, volcados hacia adentro, se abroquelan en sus creencias y las defienden como un dogma incuestionable.
El progreso a fuerza de revoluciones ha producido los más grandes crímenes de la historia.
Y más grave aún es, que esta “grieta” discursiva o de “relatos” ahonda los antagonismos y desvía la atención de la verdadera fragmentación que sufrimos: la social.
La “grieta” más peligrosa es la pobreza, la falta de oportunidades y de cuidado que la sociedad no recibió y sigue sin recibir por parte de los que tienen poder.
Este malestar que sufrimos como sociedad se evidencia en la calle, en la cual en los últimos meses hemos asistido a hechos de violencia entre ciudadanos por cuestiones nimias del diario convivir. Agresiones entre conductores de vehículos, insultos constantes en la vía pública, búsqueda de solución de los conflictos por medio de golpes, son algunos ejemplos.
La realidad muestra altos niveles de irritabilidad, exacerbación de las pasiones, poca propensión al diálogo y atajos hacia senderos de violencia física y verbal. Estados de estrés, ansiedad, malestar emocional son propios de la vida convulsionada en las grandes urbes, y de esta modernidad líquida al decir de Bauman; sin embargo, los argentinos: ¿Hemos naturalizado la violencia al punto de actuarla sin importarnos las consecuencias?
Considero que urge abordar esta problemática, hacerla consciente en la sociedad y brindar herramientas psicoeducativas efectivas en las escuelas.
La tolerancia es un concepto amplio que significa aceptarse y respetarse a uno mismo y a los demás, sin importar el status social, la religión a la que adhiera, la elección sexual o la etnia a la que se pertenece. Es considerada una cuestión de la moral y de la vida en sociedad, es por ello que representa una virtud y una responsabilidad cívica, uno de los pilares de una cultura democrática real, ya que esta posibilita una mayor integración y facilita la construcción de los cimientos de una verdadera identidad de los pueblos.
La tolerancia no se declama ni se impone, sino que se ejercita con el ejemplo y en las actitudes cotidianas, la cuáles no siempre son coherentes con lo que pensamos. ¿Cuál es tu grado de tolerancia para con el otro? Es una pregunta que ninguno de nosotros debería dejar de hacerse.